
Según las últimas noticias poseemos en la actualidad bombas atómicas suficientes no sólo para destruir toda vida sobre la Tierra, sino también para hacerle a esta Tierra salirse de orbita y enviarla a perderse, desierta y fría, en las inmensidades. Me parece espléndido, y casi siento deseos de exclamar: <<¡Bravo!>>. Una cosa es ya cierta: la ciencia es la enemiga del hombre. Halaga en nosotros el instinto de omnipotencia que conduce a nuestra destrucción. Una encuesta reciente lo demostraba: de setecientos mil científicos <> que en la actualidad trabajan en el mundo quinientos veinte mil se esfuerzan por mejorar los medios de muerte, por destruir a la humanidad. Solo ciento ochenta mil trataban de hallar métodos para nuestra protección.
Las trompetas del Apocalipsis suenan a nuestras puertas desde hace unos años, y nosotros nos tapamos los oídos. Esta nueva Apocalipsis, como la antigua, corre al galope de cuatro jinetes: la superpoblación(el primero de todos el jefe, que le enarbola el estandarte negro), la ciencia, la tecnología y la información. Todos los demás males que nos asaltan no son sino consecuencias de los anteriores. Y no vacilo al situar a la información entre los funestos jinetes. El último guión sobre el que he trabajado, pero que nunca podré realizar, descansaba sobre una triple complicidad: ciencia terrorismo, información. Esta última, presentada de ordinario como una conquista como un beneficio, a veces incluso como un <>, quizá sea en realidad el más pernicioso de nuestros jinetes, pues sigue de cerca a los tres y sólo se alimenta de sus ruinas. Si cayera abatido por una flecha, se produciría muy pronto un descanso en el ataque a que nos hallamos sometidos.
Me impresiona tan intensamente la explosión demográfica que con frecuencia he dicho -incluso en este libro- que sueño a menudo con esta catástrofe planetaria que eliminase a dos mil millones de habitantes, aunque estuviera yo entre ellos. Y añado que esa catástrofe no tendría sentido ni valor a mis ojos más que si procediera de una fuerza natural, terremoto, epidemia desconocida, virus devastador e invencible. Yo respeto y admiro a las fuerzas naturales. Pero no soporto a los miserables fabricantes de desastres que cavan todos los días nuestra fosa común diciéndonos, hipócritas criminales: <>.
Imaginativamente, la vida humana no tiene para mi más valor que la vida de una mosca. Prácticamente, respeto toda vida , incluso la de la mosca, animal tan enigmático y admirable como un hada.
..........continua en http://www.palabrasmalditas.net.......
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