
“Es… como un toro”, decían los guiñoles del Plus cuando imitaban a Jesulín de Ubrique y a su manera de responder a cualquier cosa que le preguntaran. España, la vieja piel de toro en la que gente como José Tomás sigue todavía encandilando a los tendidos patrios con su desolador aspecto de matarife loco, puede estar aún representada, más allá de los tópicos, por esta patética, goyesca imagen. El héroe acaba de poner fin a la vida de un animalucho engordado y medio anestesiado otrora bravo; a un hermosísimo bicho que, para desesperación de los ecologistas, de no ser por el ritual de la fiesta habría ya sido declarado perteneciente a una especie en vías de extinción. Todo pura contradicción.
Tan contradictorio todo como esta otra especie, pero de país, que nos alberga. Un conjunto de territorios, de ciudades y de pueblos que se pasan la vida empujándose unos a otros para ver quien se desmarca más del centro geográfico y político. Un centro al que, por lo visto, nadie quiere, una periferia que apenas hace el menor esfuerzo por comprender al centro, por comprender a sus comunidades vecinas y casi nada por hacerse comprender. Y un centro que se pregunta por su oficio y no se encuentra profesión, ni origen, ni destino, hasta contagiar abrumadoramente al resto con la sempiterna duda orteguiana.
Nada cambiará al respecto en 2008. España seguirá entregada a su deporte favorito, preguntarse por sí misma, en clara señal de que las cosas no van tan mal. Sólo se filosofa cuando se tiene la tripa llena.
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