viernes, 28 de diciembre de 2007

M. E. Orellana Benado: La humanidad del humor

Comparemos el impacto retórico de las afirmaciones siguientes:

1. “La profesora B. podrá ser la mejor de las filósofas que están vivas hoy, pero carece de sentido del humor”.

2. “El profesor O. podrá ser el más grande de los ladrones que están vivos hoy, pero tiene un agudo sentido del humor”.

La falta de sentido del humor disminuye el valor de los logros de una persona, en tanto que contar con él muestra la humanidad incluso de quienes tienen un comportamiento condenable. Mi propósito en este artículo es considerar el papel del humor, o la humanidad del humor, como prefiero llamarla.
El nacimiento de la filosofía griega concluyó con el surgimiento de un campo de reflexión y debate que excluía los argumentos de autoridad (esto es, los que nos exigen aceptar los pronunciamientos de fuentes que, se supone, son autoridades en ciertos temas). De ahí la afirmación de Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”. El Oráculo había afirmado de él que era el más sabio de los atenienses, pero cuando sus conciudadanos acudieron a anunciárselo, con su respuesta les forzó a admitir que debían decidir el asunto por sí mismos. La madurez de la filosofía europea universitaria fue marcada por una frase equivalente de Kant, quien resumió la filosofía de las Luces con la máxima sapere aude! (Atrévete a pensar).
Algunos son más iguales que otros
El humor impregna a la humanidad. Es más, el humor es a la vez la más penetrante de nuestras capacidades teóricas y la más humana de nuestras habilidades prácticas. Cuando digo “teóricas” me refiero a las capacidades relacionadas con la contemplación o la percepción del mundo, en tanto que con el adjetivo “prácticas” me refiero a las habilidades que nos permiten manipularlo o hacerlo existir. El mundo de los seres humanos es incongruente por naturaleza. Por eso, ser capaces de extraer los aspectos cómicos de esta incongruencia y reconocerlos cuando se presentan ante nosotros nos ayuda a sobrevivir. Pero, ¿por qué habría de ser incongruente nuestro mundo?
La razón es tan simple como inevitable. Para comprender lo humano tenemos que adoptar dos puntos de vista que se oponen de manera radical. En primer lugar, abordarlo desde el ángulo de una verdad básica y luminosa: “Todos los seres humanos son iguales”. Para respaldar este postulado abstracto se han utilizado varias teorías: que todos somos criaturas de Dios; que todos somos libres; que todos tenemos la misma naturaleza y por lo tanto, estamos condenados a sufrir y, para acortar la lista, que todos tenemos los mismos derechos humanos.
Pero la experiencia muestra otra verdad, también básica y luminosa, formulada con ironía por Orwell: “Algunos son más iguales que otros”. Según unos porque solo nosotros profesamos la religión verdadera; según otros, porque solo nosotros somos de éste o aquél país; o género, o clase social, o partido político, o de ésta o aquella profesión…
Para hablar de nosotros, sentimos la necesidad de hacerlo definiendo nuestra identidad, nuestros distintos estilos de vida. El concepto de prejuicio está estrechamente relacionado con el de identidad o, si se prefiere, el de estilo de vida. No existe identidad humana que no esté basada en prejuicios. Cada ser humano individual es solo igual a sí mismo o a sí misma. Cada cultura señala, con pleno derecho el nacimiento y la muerte de sus miembros de una manera singular. Cada vez que nace un ser humano, algo único ocurre. Y cada vez que muere uno de nosotros algo también único parte con él.
El humor, reflejo de nuestra identidad
La igualdad humana significa también que todos estamos condenados al sufrimiento. Y aquí entra en escena el humor negro en sus dos formas. Una se expresa cuando reímos ante las incongruencias que se refieren al sufrimiento propio, para así distanciarnos de él. Esta capacidad humana se despliega incluso en las circunstancias más terribles. En los campos de exterminio nazis, algunos presos se burlaron de su situación. La otra forma de humor negro se presenta cuando reímos ante el sufrimiento ajeno. Así ocurrió, por ejemplo, con las bromas cruzadas entre los chilenos sobre la antropofagia en 1973, cuando, dos meses después de la caída en los Andes del avión en que viajaban, aparecieron vivos algunos miembros de un equipo uruguayo de rugby. Reían con los jóvenes supervivientes, no de las víctimas de esa horrible experiencia. El humor negro es un reflejo de la igualdad entre los seres humanos bajo la cual está la realidad del sufrimiento humano.
Pero dejemos el humor negro y demos paso a su contraparte: el humor prejuiciado. La interacción entre diferentes identidades humanas a menudo presenta como ridículas las prácticas peculiares de diferentes estilos de vida. Así lo ilustra la historia de Schopenhauer sobre el “hombre blanco” y el “piel roja”: El hombre blanco ve al piel roja depositar alimentos en la tumba de un antepasado y le pregunta si la tribu piensa que va a resucitar para comer. El piel roja sonríe en silencio y luego responde: “Claro que sí. Será el mismo día que tus ancestros resucitarán para admirar las magníficas flores que tu tribu coloca en sus tumbas”. El humor prejuiciado nos permite mantener la distancia de identidades o modos de vida diferentes del nuestro.
El argumento racional solo es posible entre aquellos que, en buena medida, comparten el mismo sentido del humor; vale decir, están de acuerdo ante lo que merece ser tomado en serio y aquello que puede ser objeto de broma. Pero lo serio y lo cómico dependen de la diversidad de nuestros modos de vida, es decir, de nuestras identidades más que de la manera en que razonamos y pensamos, es decir, de nuestra naturaleza humana. Es tal vez lo que Cicerón sugería al afirmar: “No hay absurdo que no haya sido apoyado por algún filósofo”.

M.E. Orellana Benado es profesor asociado de la Universidad de Chile.
http://portal.unesco.org/es

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